Viernes, 16 Junio 2023 08:33

7. La Eucaristía como fuente de responsabilidad ante la crisis ecológica integral

Olivier Ndondo, SSS. 
Roma, Italia, 2/11/2022. 

Texto original en francés.

 

Introducción

La actual crisis ecológica integral, que se manifiesta en la hostilidad de la naturaleza y el aumento del número de pobres en el mundo, es sin duda el “mayor desafío de la historia de la humanidad”[1], por la amenaza que supone para la vida y el futuro del planeta Tierra.

Si este es el caso, ¿cuál es la responsabilidad del cristiano ante esta situación? ¿Puede sentirse responsable de la conservación de la creación? En otras palabras, el cristiano que celebra la Eucaristía dominical, cuya materia es fruto de la tierra (creación) y del trabajo humano, ¿puede sentirse interpelado por la crisis ecológica y la salvaguarda de la creación?

Esta reflexión pretende responder a estas preguntas. Se trata de un análisis que pone de manifiesto la responsabilidad del cristiano que celebra la Eucaristía con respecto a la crisis ecológica y la defensa de la creación. Este estudio se centra en tres puntos:

  • La dimensión mística de la presencia de Dios en el universo
  • La responsabilidad del cristiano en la salvaguarda de la creación, a partir de la Eucaristía
  • La Eucaristía como lugar de homenaje y salvaguarda de la vida

Además de esta introducción, una conclusión pondrá fin a nuestra reflexión.

 

1. La dimensión mística de la presencia de Dios en el universo

Nadie puede dudar de que la Eucaristía es una fuente de responsabilidad para la protección de la “casa común”. Sin embargo, no es posible hablar de la Eucaristía y de la salvaguarda de la creación sin subrayar la dimensión mística de la presencia de Dios en el universo. En efecto, según el Papa Francisco, “el universo se despliega en Dios, que lo llena por completo. Hay, pues, una mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro de los pobres” [2]. En su encíclica sobre la ecología, el Papa Francisco nos invita a descubrir la acción de Dios en todo y a encontrar a Dios en las criaturas externas. En un estilo poético y citando a un maestro espiritual, Alî al-Khawwâç, el Papa nos recuerda que se puede descubrir a Dios en el soplo del viento, en el sonido del agua que fluye, en el zumbido de las moscas, en el chirrido de las puertas, en el canto de los pájaros, en el suspiro de los enfermos, en el gemido de los afligidos[3].

Al subrayar la dimensión mística de la creación, el Papa reconoce que existe una conexión íntima entre Dios y los seres. La creación ya no debe verse como una mera naturaleza, sino como un vehículo para la misteriosa presencia de lo divino que asume esa naturaleza. Nos invita a ir más allá de las cosas visibles para ver en ellas los signos que hablan de la presencia del autor de la creación, Dios. Es bajo esta luz que deben entenderse los sacramentos. Según el Papa:

Los Sacramentos son un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural. A través del culto somos invitados a abrazar el mundo en un nivel distinto. El agua, el aceite, el fuego y los colores son asumidos con toda su fuerza simbólica y se incorporan en la alabanza. La mano que bendice es instrumento del amor de Dios y reflejo de la cercanía de Jesucristo que vino a acompañarnos en el camino de la vida. El agua que se derrama sobre el cuerpo del niño que se bautiza es signo de vida nueva. No escapamos del mundo ni negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos con Dios[4].

Es en la presencia del Verbo encarnado, del que los sacramentos son signos, donde todas las criaturas del universo material encuentran su verdadero sentido: “el Hijo de Dios ha incorporado en su persona parte del universo material, donde ha introducido un germen de transformación definitiva”[5].

Para dilucidar mejor el lugar de la naturaleza en la revelación, Jesús se sirvió de realidades particulares. Estas realidades se ven mejor en el proceso de la institución de la Eucaristía. Jesús no sólo se encarnó (cf. Jn 1,14), sino que se sirvió de los productos de la naturaleza para instituir el sacramento de su amor, la Eucaristía:

En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios[6].

Siguiendo a sus predecesores, que han subrayado la dimensión cósmica de la Eucaristía, el Papa Francisco reconoce, sin embargo, que la Eucaristía es en sí misma un acto de amor cósmico[7]. Para subrayar la dimensión cósmica de la Eucaristía, Francisco toma prestada una idea muy querida de su predecesor:

[…] Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, “la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo”. [8].

 

2. La responsabilidad del cristiano en el cuidado de la creación, a partir de la Eucaristía

La Eucaristía y la creación son dos temas que se alimentan mutuamente y se fecundan, se articulan de forma coherente, se iluminan y se dilucidan. La Eucaristía es una verdadera referencia[9] para la teología de la ecología y para la responsabilidad humana por la creación. “la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado”[10].

La elección de Cristo del pan y el vino como material eucarístico, la relación del vino con la sangre y la vida, el descanso dominical y la celebración dominical pueden ayudarnos a entender o aclarar la responsabilidad del cristiano en el cuidado de la creación, a partir de la Eucaristía. La especie eucarística del pan tiene varias implicaciones semánticas. Según el vocabulario de la teología bíblica

El pan, don de Dios, es para el hombre una fuente de fuerza (Sal 104,14), un medio de subsistencia tan esencial que carecer de pan es carecer de todo (Am 4,6; Gn 28,20); también, en la oración que Cristo enseña a sus discípulos, el pan parece resumir todos los dones que nos son necesarios (Lc 11,3); además, ha sido tomado como signo del mayor de los dones (Mc 14,22)[11].

El pan es el fruto de la naturaleza. El pan es un lugar de comunión entre lo humano y lo divino. Por eso el pan también se utiliza en el culto. Particularmente en la Eucaristía, el uso del pan en el culto constituye un momento álgido: después de la multiplicación de los panes con gestos litúrgicos (Mt 14,19), Jesús ordena durante la Última Cena renovar la acción por la que hizo del pan su cuerpo sacrificial y sacramento de la unidad de los fieles (1Cor 10,16-22, 23-36) y del vino, su sangre.

Así, en la institución de la participación de su cuerpo y de su vida “por medio del pan”, la consideración de los elementos de la naturaleza alcanza su más alto grado. Pero en la Eucaristía, Jesús da un paso más: hace del pan “su propio cuerpo”. La naturaleza ya no se reconoce simplemente como un don de Dios, en el sentido de “danos hoy el pan de cada día”. Se declara que es un “constituyente” del espesor mismo en el que se realiza la “comunión real” con lo divino.

En la Eucaristía, la naturaleza es más que un “don”. A través de ella, el ser humano entra en el drama de una misteriosa, íntima y profunda comunión con lo divino. A través de las especies del pan y del vino, toda la naturaleza misma, además de su realidad biofísica, adquiere la dignidad de ser un lugar de “comunión” con Dios.

La Eucaristía implica una ecología cósmica. En la Eucaristía, la naturaleza, no sólo la carne humana, se eleva a la dignidad de ser un vehículo de encuentro con la presencia real divina (y esto sin panteísmo). Esto no se deriva de un dictado de lo humano sobre lo material. Como afirma el M. Kehl,

Como realidad pre-donada por el Creador, la naturaleza posee un valor específico propio (como toda criatura que, en efecto, es planteada por Dios en su propia existencia), y este valor propio, en su mismo principio, pone límites al poder del hombre para disponer de las cosas. (Aunque) en el caso concreto, siempre es muy difícil determinar con precisión estos límites puestos al hombre cuando trabaja y se sirve de realidades naturales pre-dadas[12].

En la Eucaristía, el “Esto es mi cuerpo” indica también el trato en el que se juega el drama del inconmensurable misterio de la “inter presencia” entre Dios, el mundo y los seres humanos.

Al igual que el pan, el vino, segundo componente de la Eucaristía, tiene un gran valor simbólico, tanto en la vida profana como en la cultual. Al igual que el pan, el vino es un regalo de Dios (Gn 27,28). Es una fuente de vida para el hombre cuando lo bebe con moderación (Si 31,27). El vino simboliza todo lo bueno de la vida[13]. Desde el punto de vista religioso, el simbolismo del vino se sitúa en un contexto escatológico[14].

Jesús utilizará el pan y el vino para instituir la Eucaristía que ha confiado a sus discípulos. El vino se refiere a “la realidad inconmensurablemente agradable del amor de Dios”. Ahora bien, por una parte este amor es lo más íntimo de Dios; por otra, el amor de Dios es lo más vivificante de las criaturas y de la creación en su conjunto. El amor de Dios es en este sentido el que, como la sangre, da vida a la creación. El vino se refiere al amor y el amor se refiere al elemento más íntimo que da vida, la sangre. Jesús puede entonces tomar el vino y decir “toma esta es mi sangre”, es decir, el elemento más vivificante en mí será el más vivificante en ti.

Beber el vino que se ha convertido en la sangre de Cristo es beber lo más íntimo de Dios, su amor. Es beber el amor de Dios “en el, Jesús” para obtener la vivificación y la alegría eterna. Es beber de la fuente de bondad que es Dios mismo.

En este contexto, la “bondad” natural de “beber vino” es también, las bondades que estructuran las pequeñas cosas de la naturaleza, son “análogos participantes” para visualizar la bondad del Creador, el amor del Creador del que están hechas. En este sentido, la bondad de las criaturas, que es una de las “figuraciones” de la bondad de la comunión con la salvación eterna y/o la alegría eterna, constituye una revelación cósmica de la bondad divina. La lectura de la naturaleza en su bondad y su carácter vivificante es una contemplación de la fuente de la que está hecha. El sentido de los elementos de la naturaleza que hacen funcionar el acto de la institución eucarística se refiere al sentido de lo divino, y el sentido de lo divino se refiere a mirar la naturaleza en su bondad.

La Eucaristía es una catequesis sobre la bondad de la creación, ya que refleja íntimamente la bondad del Creador. En los textos de la creación, ésta se entrega al hombre. Es, pues, un don de amor y no un “escorpión”, una “serpiente” o un veneno (cf. Lc 11,11-12) que se confía al hombre.

La teología del simbolismo sobre el significado del vino en relación con la sangre y el amor de Dios, arroja luz sobre el significado de la creación como don de la vida de Dios, de su bondad para la vida de la creación y de las criaturas. Es una respuesta más explícita de la ecología integral a las diversas preocupaciones del mundo causadas por los efectos nocivos de la mala gestión del ecosistema y sus elementos.

Con este análisis del significado de la sangre y del vino, basado en la visión del Papa Francisco, la Eucaristía pone al humanista en el punto de mira para una autocrítica, un cuestionamiento de las diversas perversiones de la naturaleza contra su “naturaleza original” que, en la perspectiva de la fe, debería ser buena a priori, trascendentalmente.

Si la naturaleza es un lugar de vida y en nuestra relación con ella “bebemos de la bondad divina”, comulgamos con la sangre de Cristo, es decir, con el amor de Dios, entonces esta creación no debería pervertirse en veneno tóxico contra los humanos y contra ella misma. De la teología eucarística centrada en el “vino”, el creyente puede derivar motivos para apoyar una misión profética de denuncia de todas las intoxicaciones de la naturaleza contra la vida a cualquier nivel.

 

3. La Eucaristía como lugar de homenaje y salvaguarda de la vida

La Eucaristía es una llamada a salvaguardar y promover la vida y la creación en su conjunto. La responsabilidad cristiana por el cuidado de la creación, especialmente la protección de la vida, se hace más urgente, si tenemos en cuenta las palabras de Jesús: “Esta es mi sangre” (cf. Mt 26,28; Mc 14,24). En el centro de la expresión imperativa “esta es mi sangre” está la realidad de la “sangre”. La sangre tiene diferentes connotaciones e implicaciones de significado para la vida en relación con la responsabilidad del cristiano.

La sangre es fundamental para la vitalidad y la existencia de los organismos vivos con sangre. La sangre sostiene y anima la vida. Es la realidad particular por la que vive un organismo. En las Escrituras es sagrada. Derramar la sangre de otro, ya sea una víctima de sacrificio o un ser humano, es generalmente realizar un acto que nos introduce en una relación con el otro mundo, el mundo invisible. La sangre es sagrada a los ojos de Dios. Constituye el valor íntimo y único del ser, tal como Dios lo quiere. La sangre es el “ser” inalienable como propiedad de Dios. Desde esta perspectiva, no se puede justificar lo siguiente

La trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de extinción? ¿No es la misma lógica relativista la que justifica la compra de órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para experimentación, o el descarte de niños porque no responden al deseo de sus padres? Es la misma lógica del “usa y tira”, que genera tantos residuos[15].

Nadie puede tocar la sangre del otro. “Dar la sangre por” es dar lo más íntimo que se tiene para la propia supervivencia y para el bien del otro. Jesús da a sus discípulos a beber su sangre. Jesús invita a comulgar con su vida a través de la comunión con su sangre. Jesús invita a compartir con él más ontológica y “existencialmente” lo que le es más íntimo.

Para Jesús, la vida humana es tan preciosa y sagrada a sus ojos que merece que su sangre se derrame para protegerla y salvarla. La vida en su sentido presente y eterno lo merece todo para Jesús, incluso el sacrificio de sangre en el madero de la cruz. Así, la sangre de Jesús se convierte en fuente de paz para la humanidad: “Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1,19-20)[16].

La sangre es, pues, densa de sacralidad, de pertenencia al Otro, a Dios, de pertenencia a lo divino. Como es una propiedad del Otro, hay que invertir todo para proteger la vida. Jesús da su vida para proteger la vida. La organización de la vida en sociedad debe basarse en el imperativo de “no matar” (Dt 6,17). La vida (simbolizada aquí por la sangre) es, pues, un elemento de la naturaleza que, en la revelación, es objeto de una mirada particular de Dios. Es una propiedad especial con la que Jesús basa su amor y quiere cambiar la sociedad.

La Eucaristía, como lugar de homenaje a la vida, invita, por tanto, a que cualquier organización de la naturaleza se desarrolle con respeto a la vida.

En este sentido, una práctica ecológica que sea perjudicial para la vida, para unos o para otros, no se ajusta al sentido de las cosas tal y como lo pretenden las Escrituras. La comunión eucarística es, pues, un proceso de compartir esta invitación a invertir todo como una privación para que la sangre de todos sea respetada. Las palabras de la institución eucarística invisten con la presencia divina, la vida simbolizada por la sangre o el elemento vital íntimo que, a través del Creador, hace la estructura sagrada existencial de lo que es.

“Tomad y bebed” significa, comprometeros como yo al sacrificio para la protección de la vida, de la sangre de cada uno. Comparte este sacrificio diariamente. Hazlo en memoria mía (Lc 22,19). Las palabras de Jesús son una llamada al compromiso diario, continuo e incesante, para la protección de la vida en la tierra (revolución al servicio de los pobres, los enfermos, los necesitados) y para la vida eterna. Esta protección de la vida implica una organización del mundo de tal manera que no se convierta en algo perjudicial para la vida que Dios ha “considerado conveniente”.

“Tomar y beber” es una fuente de responsabilidad para el cuidado del otro y de la creación, para el mantenimiento de la relación con el otro. Su descuido “destruye mi relación interior conmigo mismo, con los demás, con Dios y con la tierra” [17]. Es una llamada a mantener la relación correcta con el otro. Para subrayar esto, el Papa Francisco se refiere a la dramática conversación entre Dios y Abel: “¿Qué hiciste? ¡La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo! (Gn 4,9-11)” [18].

La reflexión sobre la Eucaristía valora la vida y, por tanto, invita al sentido de responsabilidad que debe caracterizar a todo cristiano hacia los pobres, y a su “necesidad de reforzar la conciencia de que somos una sola familia humana” [19]. De hecho, esta reflexión tiene lugar dentro de la dinámica de la organización de proyectos ecológicos y la salvaguarda de la creación. La Eucaristía apela no sólo a una visión “antropocéntrica” o “cosmocéntrica”, sino a una visión “biocéntrica” de la ecología.

Como la sangre simboliza la vida, la Eucaristía ilumina todos los esfuerzos por salvar la vida, incluso en su dimensión más básica. Así, al tiempo que se reconoce que la Eucaristía, especialmente los domingos, acentúa su dimensión eclesial[20] o comunitaria, debe reconocerse al mismo tiempo que la Eucaristía es una fuente de compromiso para cada bautizado para la salvaguarda de la vida y la creación. Así, el cristiano está llamado a una buena gestión de todo lo que toca de cerca o de lejos el respeto a la vida. Porque “ambos aspectos, el de la celebración y el de la experiencia vivida, están estrechamente relacionados”[21].

La celebración eucarística implica la misión de proteger la vida y la creación en su conjunto. Al recibir el Pan de Vida, los discípulos de Cristo se preparan para afrontar, con la fuerza del Resucitado y de su Espíritu, las tareas que les esperan en su vida ordinaria. Como los primeros testigos de la Resurrección, los cristianos, llamados cada domingo a vivir y anunciar la presencia del Resucitado, están llamados a ser evangelizadores y testigos en su vida cotidiana. Después de la celebración de la Eucaristía, cada discípulo de Cristo vuelve a su entorno con el deber de hacer de toda su vida un don, un sacrificio espiritual agradable a Dios (cf. Rm 12,1), en deuda no sólo con sus hermanos por lo que ha recibido en la celebración, sino también con toda la creación[22].

La participación en la Eucaristía dominical tiene una importancia especial para el cuidado de la creación. Adquiere un significado fundamental que ayuda al cristiano a comprender su relación con la creación. Renueva la propia comprensión que el hombre tiene del descanso dominical. La Eucaristía dominical se convierte para todo cristiano en una llamada a “la purificación de la relación del ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo”[23].

Mediante el descanso dominical y la celebración de la Eucaristía, el cristiano aprende a integrar en su vida el valor del ocio y la fiesta. Devuelve su verdadero significado al domingo, que es el “día de la resurrección, el primer día de la nueva creación, cuyas primicias son la humanidad resucitada del Señor, prenda de la transfiguración final de toda la realidad creada”[24].

La celebración de la Eucaristía constituye para todo cristiano una llamada a incluir en su mentalidad y en sus acciones una dimensión de receptividad y gratuidad que le permita evitar el activismo vacío, la pasión voraz y el aislamiento de la conciencia que sólo ve el beneficio personal. En otras palabras, el descanso dominical constituye para cada fiel “una ampliación de la mirada que nos permite reconocer de nuevo los derechos de los demás. De este modo, el día de descanso, con la Eucaristía en el centro, ilumina toda la semana y nos anima a interiorizar la protección de la naturaleza y de los pobres”[25].

 

Conclusión

La crisis ecológica, en este sentido, es para todos un reto y una verdadera escuela de formación en la responsabilidad.

La Eucaristía es, sin duda, el centro del universo y una fuente inagotable de responsabilidad para la salvaguarda y promoción de la vida y de la creación en su conjunto. En la Eucaristía, el “esto es mi cuerpo” y el “esta es mi sangre” señalan también al drama del inconmensurable misterio de la “interpresencia” entre Dios, el mundo y los hombres, que es fuente de compromiso para todo cristiano.

Como llamada y verdadero punto de referencia de la responsabilidad cristiana en el cuidado de la creación, haciendo de la protección de la vida algo más que una emergencia, “la Eucaristía es también una fuente de luz y motivación para nuestra preocupación por el medio ambiente, y nos invita a ser guardianes de toda la creación”[26].

 

[1] Aurélien Barrau, Le plus grand défi de l’histoire de l’humanité. Face à la catastrophe écologique et sociale, Neuilly-sur-Seine 2019.

[2] Francisco, Carta Encíclica Laudato Si’, (2015), 233.

[3] Cf. Francisco, Laudato Si’, 233.

[4] Francisco, Laudato Si’, 235.

[5] Francisco, Laudato Si’, 235.

[6] Francisco, Laudato Si’, 236.

[7] Francisco, Laudato Si’, 236.

[8] Francisco, Laudato Si’, 236.

[9] Por referencia nos referimos a un conjunto estructurado de información o a un sistema de referencia vinculado a un campo de conocimiento, para una práctica o un estudio, en el que se encuentran elementos de definiciones, soluciones, prácticas u otros temas relativos a este campo de conocimiento.

[10] Francisco, Laudato Si’, 236.

[11] Xavier Léon-Dufour (dir.), Vocabulaire de Théologie Biblique, Paris 1970, 875.

[12] Medard Kehl, « Et Dieu vit que cela était bon ». Une théologie de la création, Paris 2008, 493.

[13] La amistad (Si 9, 10), El amor humano (Cant 1, 4 ; 4, 10), la alegría (Za 10, 7; Jt 12, 13). Puede evocar también la embriaguez malsana del culto idólatra (Sr 51, 7; Ap 18, 3) como la alegría del discípulo de la sabiduría (Pr 9, 2).

[14] Cf. Am 5,11; Mi 6,15; Is 51,17; Am 9,14 ; Os 2,24; Mc 2,22; Jn 2,10; Mt 9,17; Mc 2,22; Mt 26,39. Esta copa que Jesús invita a beber a sus discípulos (Jn 6, 53-56) es alimento de vida eterna y prenda de gloria eterna. Sin embargo, antes de beber vino nuevo en el Reino del Padre, el cristiano se nutrirá, a lo largo de los días, del vino que se ha convertido en la sangre derramada de su Señor (Cf. 1Cor 10,16).

[15] Cf. Francisco, Laudato Si’, 123.

[16] Cf. Francisco, Laudato Si’, 100.

[17] Francisco, Laudato Si’, 70.

[18] Francisco, Laudato Si’, 70.

[19] Francisco, Laudato Si’, 52.

[20] Juan-Pablo II, Carta apostólica Dies Domini (1998), 34.

[21] Juan-Pablo II, Dies Domini, 40.

[22] Cf. Juan-Pablo II, Dies Domini, 45.

[23] Francisco, Laudato Si’, 237.

[24] Francisco, Laudato Si’, 237.

[25] Francisco, Laudato Si’, 237.

[26] Francisco, Laudato Si’, 236.

Modificado por última vez en Viernes, 16 Junio 2023 08:39