Jueves, 08 Octubre 2020 08:56

Bodas de oro - Parroquia Nuestra Señora del Santísimo Sacramento y de los Santos Mártires Canadienses

El 6 de septiembre de 2020, en la parroquia romana de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento y de los Santos Mártires Canadienses, una etapa de las bodas de oro de la ordenación sacerdotal del padre Giancarlo Breda, sss, fue celebrada. Fue una fiesta muy popular entre los fieles. Recordemos que el padre Giancarlo fue párroco en esta parroquia durante largos años y que era apreciado por los feligreses. El Superior general había sido encargado de pronunciar la homilía en esta ocasión. A la vista de su contenido denso y reconfortante, deseamos publicarlo aquí. Gracias a nuestro hermano por esta fiesta.

Queridos hermanos, queridas hermanas:

Celebramos aquí el misterio central de nuestra vida personal y comunitaria: la Eucaristía. Ese misterio implica nuestra existencia entera y nos sitúa en comunión con toda la obra de la creación. Viviendo ese misterio estamos confirmados como los hijos amados del Padre que, en su hijo Jesús, se entrega a nosotros por su Palabra, se entrega a nosotros como en cuerpo entregado y la sangre vertida por la acción de su Espíritu. Ese misterio nos fascina y moviliza todas nuestras energías y nos lleva a consagrar nuestra vida, energía, deseos y amores al Señor. Es una relación íntima con el gran amor de nuestra vida, Dios mismo.

Es con esas palabras que yo iniciaba mi homilía en el cincuenta aniversario de la profesión religiosa del padre Giancarlo Breda, hace 8 años. Eso nos ayuda a entender bien la fuerza constante de la eucaristía que sigue siendo actual en nuestra vida.

Querido padre Giancarlo Breda:

Durante los primeros años de mi ministerio sacerdotal trabajé con la Conferencia de los Religiosos de Brasil y tuve la ocasión de celebrar varias veces las bodas de oro de profesiones religiosas y de ordenaciones sacerdotales. Era frecuente escuchar una alabanza a Dios porque siempre había sido fiel, sobre todo cuando se trataba de la celebración de los cincuenta años de ordenación. Aún inmaduro, yo pensaba: eso no tiene sentido. Es la persona la que ha sido fiel durante todos esos años de servicio a la iglesia y al pueblo de Dios.

Hoy, al día siguiente de mis sesenta años, puedo comprender que realmente, para llegar a los cincuenta años de ordenación sacerdotal, Dios siempre ha sido fiel en tu vida en su manera grandiosa y audaz de amar, Dios ha sido siempre fiel en su llamada a seguirle y sigue enviándote en misión, al servicio de la comunidad cristiana. Es por eso que celebramos una Eucaristía de acción de gracias: damos gracias a Dios por haber sido siempre fiel durante los cincuenta años de sacerdocio.

La Palabra de Dios proclamada hoy nos ilumina para dar mayor fundamento a esta alabanza y para subrayar las características del ministerio que han dado forma a tu vida.

Giubileo Carlo Breda2

¡Ser una centinela! Es el término empleado por el profeta Ezequiel cuando habla de alguien que se consagra a la escucha y al servicio del Señor. La centinela se sitúa a más altura con respecto a la ciudad, al pueblo, para vigilar, para garantizar la seguridad, para proteger a las personas, y, por consiguiente, para servir continuamente a las personas, para hacerse disponible al servicio de la protección de la vida, y para nosotros hoy, en todas las circunstancias en las que la vida está en peligro. La única compañía de una centinela, en el silencio de su puesto, es el Señor. No podemos asumir ese servicio de acogida y de protección del pueblo que por él y con él. Es únicamente en esta intimidad total con él que nuestras palabras pueden generar la vida o la muerte. Hacer crecer siempre la vida y hacer morir todo lo que impide a la vida alcanzar la plenitud deseada por Dios: tal es nuestra misión.

Pablo recuerda que la vida de los cristianos está guiada por leyes. En general, a causa de las bases culturales que recibimos de la sociedad, desarrollamos a veces una reacción que va siempre en contra de la ley. Si existe una ley, ¡yo me opongo! De este modo, podemos llegar a la mayor expresión de la adolescencia espiritual: la atravesamos todos y la superamos, pero algunos se paran ahí y no van más lejos. Sin embargo, hablamos aquí de la ley del amor, la ley de la caridad. Cualquiera que quiera llegar a una comprensión correcta de la afirmación propuesta por Pablo, debe poseer la madurez, la apertura y la ligereza necesarias. Es por eso que tú hoy eres deudor de Dios por su manifestación de amor fiel y también de numerosos hermanos y hermanas que te han apoyado en ese camino hacia el sacerdocio. Es así que puedes vivir esta gracia de la plenitud del amor.

Cuando somos ordenados sacerdotes, una parte de la oración de consagración habla de la dimensión educativa de nuestro ministerio. En la escucha de las personas, en tu ministerio de párroco, en el servicio de coordinación de los hermanos de la comunidad, tú has podido seguramente varias veces, desarrollar esta dimensión como nos lo recuerda muy bien el Evangelio de hoy. Aquí también podemos contemplar el poder de la palabra del sacerdote. Una palabra que debe ponerse al servicio de la misericordia, una palabra que abre nuevas vías para este hermano, para esta hermana que sufre por soportar el peso de la fragilidad, del pecado; una palabra al servicio de la construcción exigente de la fraternidad y de la comunión entre nuestras diversidades, es una condición para ser escuchados por Dios en nuestras oraciones.

El evangelio puede convertirse en un reto demasiado fuerte para nosotros como sacerdotes. Cuando hemos agotado todas las posibilidades de ayudar a las personas en la reconciliación o en la construcción de la comunión, se nos dice que podemos considerarlas como paganas o republicanas. Pero, ¿qué ha hecho Jesús en su relación con los paganos y los publicanos? Él ha derrumbado todas las barreras y se ha puesto a su servicio. Es así como debería entenderse nuestro servicio sacerdotal. Un servicio de inclusión, una nueva apertura a ocasiones para todo el mundo. Por eso no podemos nunca estar centrados en nosotros mismos sino solamente en el Señor.

Tú has elegido vivir ese ministerio sacerdotal como un hombre consagrado a la Eucaristía, según el modelo del padre Eymard, nuestro Santo Fundador. Concretamente, cada vez que celebres la Eucaristía, tú te implicas en las dinámicas del don de sí mismo de nuestro Señor Jesús que ha dado forma, sobre todo durante los últimos años de su vida, san Pedro Julián Eymard. Con toda humildad, podemos decir que has elegido el medio más hermoso, en la Iglesia, de responder al Señor y a tu vocación ministerial. Una vocación ministerial SSS.

Así, todas las exigencias de esta vocación sacerdotal, vivida en la ofrenda diaria de tu vida, se convierten en amor, en gozo, y alimentan la perseverancia y la fidelidad.

Pedimos al Señor que siga siendo siempre más fiel en la manifestación de su amor por ti durante toda tu vida. Podremos así celebrar cada año tu servicio a la iglesia, a la congregación, hasta la llamada final del Señor a participar en el banquete, colmado de la gloria eterna.

Roma, 6 de septiembre de 2020

P. Eugenio Barbosa Martins, sss
Superior general

No podemos concluir este artículo sin expresar nuestro agradecimiento al padre Eugenio Barbosa Martins, Superior general, por su mensaje y por haber aceptado publicarlo en nuestro boletín.

Padre Agostinho Maholele, sss
Consejero general