Lunes, 04 Mayo 2020 09:51

El Don de sí en la perspectiva eymardiana

No podemos, en ningún caso, hablar del Don de sí en san Pedro Julián Eymard sin hacer alusión al gran retiro de Roma, ya que es ahí donde el tema alcanza su punto álgido. ¿Por qué entonces el adjetivo “grande”? ¿Cuál es el contexto de emergencia de este retiro, o mejor, su porqué?

  1. A propósito del adjetivo “grande”

Tres razones militan a favor de este adjetivo calificativo:

  • Grande: este retiro lo es en primer lugar y ante todo con respecto al primero que el padre hizo en mayo de 1863 con ocasión de la aprobación pontificia de la Congregación. El motivo era no solamente las lentitudes de la administración, sino, sobre todo el deseo que impulsaba a nuestro Santo fundador a meditar ante Dios sobre sus responsabilidades, ante todo espirituales, que se derivaban de la aprobación de su instituto por la Santa Sede.
  • Grande, lo es también por su extensión y la abundancia de notas que el Padre Eymard ha dejado. Mientras que el primero no había durado más que una semana, el segundo lo hizo 65 días (del 25 de enero al 30 de marzo de 1865)
  • Grande finalmente, lo es por su importancia en la vida del santo Fundador; es para él un paso decisivo, ya que expresa en él con fuerza su deseo de conversión, la belleza de la vocación eucarística y la preocupación por centrar toda su vida en la Eucaristía.
  1. Contexto de emergencia

Este retiro se sitúa en un contexto muy difícil de la negociación para fundar una comunidad en Jerusalén, si posible en el mismo Cenáculo.

En efecto, puesto que el padre De Cuers ya había hecho dos viajes a Jerusalén en el año 1864 sin éxito, el padre Eymard se ve en la obligación de ir a Roma para seguir de cerca la situación y él despliega todos sus recursos para conseguir el éxito de su proyecto. Toma conciencia de las importantes dificultades que su solicitud suscita; también toma conciencia de la situación, casi sin salida, en la que se encuentra; pero el padre no abandona el lugar, no pierde la esperanza.

En esta espera impaciente, se retira en la villa Caserta, donde los Redentoristas, para hacer su retiro. Se da cuenta que el combate que emprende es más interior. Con sus notas nos deja entrever el empeño por centrar su vida en la Eucaristía, su deseo de un don cada vez más completo de sí mismo que, encontrará su culminación en la gracia del 21 de marzo, donde, aturdido, conmocionado, impresionado por el amor de Dios manifestado en Jesús-Eucaristía, da su respuesta a este amor haciendo del don de su personalidad un Voto. Es entonces cuando una nueva senda se abre en su vida y su apostolado: la del Don de sí. ¿Cómo ha llegado hasta ahí?¿De dónde le viene esta convicción? Ciertamente, es tras haber descubierto el modelo por excelencia del Don de sí: Jesucristo.

  1. El Don de sí en la perspectiva eymardiana

 

Jesucristo es el modelo por excelencia del don de sí, lo acabamos de afirmar enérgicamente. En su condición de lector acreditado de los escritos paulinos, Pedro Julián Eymard encuentra en ese personaje al que ha seguido las huellas de Cristo y ha hecho la experiencia personal del amor de Dios. Ha llegado a la perfección de nuestro Señor Jesús por el amor de la cruz. Dios le ha derribado, salpicado en el camino de Damasco y le ha pedido grandes sacrificios. Pablo le ha dado todo hasta tal punto que nunca cesará de repetir: “Dilexit me et tradidit semetipsum prome: Me ha amado y se ha entregado por mi (Gal. 2,20) “.

El 21 de marzo de 1865, marca un gran giro interior en la vida de nuestro Santo fundador. Escribe: “He hecho el voto perpetuo de mi personalidad a nuestro Señor Jesucristo en las manos de la Santísima Virgen y de San José, bajo el patrocinio de San Benito: nada para mi y nadie, y suplicando la gracia esencial, nada por mi”. Como para decir: “Todo por él, con él y en él”. (Cf. NR 44,199).

Al hacer este voto, lo que está buscando ahora es una identificación esencial con el Señor que quiere entregarse a él, que pide encontrar un lugar en él, en lo más profundo de sí mismo. Existe el aspecto de "vaciarse" para llenarse con el otro que es Cristo, para tener éxito en decir siguiendo al Apóstol de los gentiles: "Vivo, ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí”(Gálatas 2,20)

¿Cómo piensa vivir esta resolución tan pesada? Él mismo lo dice: "Debo ser aniquilado por todo mi propio deseo, por todo mi propio interés y tener solo a aquellos de Jesucristo que están en mí para vivir allí para su padre" (NR 44,199). Y la venida de Cristo en la Sagrada Comunión tiene solo ese propósito: "Estar en mí" para purificar todos mis deseos, iluminar mis pensamientos y dirigir mis acciones. Es una realización de lo que está en Juan 6,57: “Como el Padre que vive me envió y yo vivo en el Padre, asimismo el que me come, él también, vivirá por mí”.

El don de sí, el don de la personalidad de uno, es para Saint Pierre-Julien Eymard un esfuerzo de abnegación, una renuncia no solo de lo que uno tiene sino aún más de lo que uno es. Se trata de ser completamente para Jesús lo que él es para su padre. Y lo que Jesús prefiere para los suyos:

  • Es un acto de humildad personal para todas las vanas glorias.
  • Un acto de renuncia personal a todos los homenajes, éxitos o celos.
  • Un acto de pobreza hacia todos los enriquecimientos externos.
  • Un acto de mortificación frente a todas las virtudes.
  • En resumen, lo que Jesús prefiere es entregarme a él, servirlo con el don y el holocausto de mí mismo.

En cuanto a nosotros, Apóstoles y Discípulos de la Eucaristía, se trata de dedicarnos al servicio, a la gloria y al amor de nuestro Señor Jesucristo en el Santo Sacramento por la fe, el don de nuestra vida y la entrega total. El que entiende mejor este pensamiento, dice nuestro Santo Fundador, comienza en la piedad una senda nueva, no por sí mismo, ya que el que conoce a nuestro Señor Jesús sabe que debe ser perfecto, debe estar absorto en él, no con palabras sino en la práctica. Estamos, pues, llamados a ser sombras humanas para los demás, debemos convertirnos en eucaristías vivientes de las que el Santísimo Sacramento sea el sujeto. Por el don de la personalidad, toda nuestra persona está transformada en Jesucristo: el corazón, el espíritu, la voluntad, el cuerpo, el deseo, en una palabra, todo nuestro ser. Se trata de vivir para Cristo, ser completamente para él, por él, en él y con él para llegar a esta convicción paulina: “Ya no soy yo el que vive sino que es Cristo quien vive en mí”.

Binza, 12 marzo 2020

Padre Francis Mwanza, sss