El Venerable, P. LODOVICO LONGARI nació el 1889 en Montodine (Cremona), undécimo hijo de un matrimonio profundamente cristiano. En 1900 a la edad de doce años entró en el seminario de Crema. En 1912 fue ordenado sacerdote y nombrado secretario del Obispo. Muy pronto conoció la Congregación del Santísimo Sacramento y, atraído por la espiritualidad de S. Pedro Julián Eymard, entró en el noviciado. Contemporáneamente estalló la Primera Guerra Mundial y fue llamado a filas ejerciendo su misión como simple soldado sanitario, misión que llevará a cabo hasta el final de la guerra en 1918. Profesó los votos como religioso en el seminario español de Tolosa, donde permanecería dos de los años sucesivos a la guerra; ya de vuelta en Italia, se le confió la misión de abrir el seminario de la Congregación, de manera provisional, en Lodigiano. Desde el 1923 hasta el 1935 reside en Ponteranica, diócesis de Bérgamo, allí se dedicará a la formación de los jóvenes, primero como director de los seminaristas y después como maestro de los novicios. En 1935 fue nombrado Provincial y en 1937 Superior General, cargo que ocupará durante doce años. Se retiró con la misión de ser maestro del noviciado en Ponteranica (Bérgamo), la casa de formación que él mismo abrió y amó, allí murió el 17 de junio de 1963.
La influencia de la familia
El Obispo de la diócesis de Crema Mons. Libero Tresoldi, observaba oportunamente: “La primera fuente para poder entender quién fue el Siervo de Dios es el ejemplo de la familia”.
La acción del Espíritu Santo empezó a modelarle a través de la fe y la profunda vida cristiana de una familia y de una comunidad que, aunque pequeña y desconocida, lo marcará profundamente.
Undécimo hijo de un matrimonio ejemplarmente cristiano, que cotidianamente participaba a la Eucaristía y rezaba el rosario, de ellos aprendió el culto a la Eucaristía y el amor a la Virgen Santísima.
Junto a estos padres ejemplares, Lodovico encontró en su hermana Teresa una persona maravillosa, sabia y delicada educadora que le imprimirá la pasión por la Eucaristía y la adhesión amorosa a la santa voluntad de Dios, al igual que su Comunidad parroquial en la cual, afirmaba el Obispo: “todavía hoy la Eucaristía y la devoción a la Santa Virgen son los valores en los que puede inspirarse, a pesar del cambio de las circustancias, toda familia de nuestros días.”
El primado del amor
Una de las características principales del Siervo de Dios es la de ser testigo y apóstol de una espiritualidad que dilata el espíritu con el soplo del amor. Amor personal, íntimo y experimental de Dios. Lo percibió, se embriagó y se hizo su mayor testigo con la palabra y con la vida. La naturaleza y la gracia le dotaron con dones que le permitieron poder contribuir a la construcción de la nueva humanidad basada en el Amor que espera la Iglesia.
Algunas de las páginas de sus escritos juveniles ya lo hacen notar: “A mí, de manera particular, el Señor me ha dotado de un corazón muy sensible, porque quiere que sea santo. La santidad es AMOR. Y Jesús, ¡cómo me ha martirizado con su amor! Hasta no poder más y tener que ceder a la fuerza.. .Ante el buen Jesús me he dado por vencido… Por lo tanto Jesús me quiere santo, pero siempre junto al calor de su Amor”. Se pone entonces en el seguimiento a Jesús: “el último libro de los Santos es Jesucristo. Los Santos aprendieron la verdadera Sabiduría, no en la escuela de los sabios, no en el polvo de las bibliotecas, sino durante la oración, arrodillados a los pies de un Crucificado, cubriendo con besos y lágrimas los pies del Divino Maestro”. Y destacan expresiones origina- . les: “que antes que ofender en el amor, lo reduzca a una custodia material, pero que esta custodia contenga la electricidad del Amor”.
La opción de la vida religiosa supuso para Él “como un segundo Bautismo. Entrar en la verdadera Vida de Amor de Jesús, del gozo, de la armonía del Paraíso… Jesús me ha mirado, se ha enamorado de mí, me ha dicho: ven, te daré casa, pan… te amo. Porque te quiero amar. . .”. El corazón se dilata: palabras y sentimientos se acumulan, se confunden. Habla de Eucaristía, habla de pureza y trasparencia. Se deja fascinar por el pan y por la cruz. Son destellos de misticismo. La conclusión es una invitación por parte de Jesús: “déjate consumir por mi Amor”. A partir de este fundamento se desarrollará toda su vida espiritual.
Una vida personal toda “llena de eucaristía”
El encuentro con S. Pedro Julián Eymard, el Apóstol de la Eucaristía, determinó su camino y el centro de su espiritualidad, que llegó a ser el centro de su vida. “La Eucaristía es la necesidad de mi corazón, sin Eucaristía la vida sería imposible”.
Su pensamiento, y su oración a la Eucaristía serían continuos en su vida, creciendo cada vez más, simplificando toda actividad espiritual. A la luz de la Eucaristía analiza los grandes misterios de la historia de la salvación: la Creación, la Trinidad, la Encarnación, los milagros de Jesús y la Resurrección. Es en la Eucaristía hacia donde convergen todas sus meditaciones sobre el sacerdocio, la caridad, la humildad. De ahí la fuerza para saber afrontar el sufrimiento, las pruebas, la fatiga, la responsabilidad. Entiende la Eucaristía como Presencia Real del Señor, dada para ser adorada. Con fe viva reconduce el culto de la Eucaristía a los cuatro fines del Sacrificio: adoración, acción de gracias, reparación y súplica.
Evidentemente, no existe todavía la amplitud y riqueza de la doctrina eucarística del Vaticano 11: fue un hombre de su tiempo. Sin embargo la relación intensa con la Eucaristía, llena de fe y amor, se trasmite como una constante, continuamente presente en su palabra nutrida de una vida de oración y adoración de manera ininterrumpida, ya fuera cuando en la tienda de campaña se pusiese ante la custodia, o cuando ya como religioso y sacerdote de la Congregación tuviese mil preocupaciones cotidianas, y el pensar en los continuos cambios del personal.
Su comportamiento no fue el de un teólogo que desarrolla intelectualmente la riquezas doctrinales del misterio revelado, sino más bien el de un hombre espiritual que lo comunica con su vida, con la fuerza del Amor descubierto por fe en la contemplación, y con el testimonio de una vida plasmada por la Realidad divina. Esta vida orientada a la Eucaristía se dilatará en el celo de un Apóstol al que podemos observar en tres campos diferentes: en el gobierno de su familia religiosa, en la formación de los jóvenes y en la santificación de los sacerdotes.
Superior de la congregación sacramentina
Sus dotes de caridad paterna, unidas al saber observar en el profundo de los corazones, se revelaron muy pronto preciosas para saber dirigir las comunidades. De ahí que fuera Superior, primero local, después provincial, y por último general de todo el Instituto. El Siervo de Dios se sometió a la cruz de la responsabilidad con gran sufrimiento, en un momento delicado, en el que se estaba produciendo el cambio de un gobierno centralizado a la división en provincias, operando con delicadeza y apertura de horizontes.
Se inspiró en el ejemplo del Fundador, difundió la doctrina renovó el espíritu según su tiempo y lo interpretó en el modo correspondiente a sus cualidades. ¡Cuanto hizo simpática la Vocación eucarística!. Entusiasmado por pertenecer a la Familia Sacramentina: Es verdaderamente bonita nuestra vocación, bella según la belleza de Jesús, dulce como la dulzura de Jesús, calurosa por el Amor de Jesús, inmaculada por el candor de la Hostia Santa.
Consideró la Familia Sacramentina como un gran don que Dios había hecho a la Iglesia en un período de gran frialdad, para llevar la Eucaristía al centro, sacada del Sagrario por medio de la exposición solemne, en un movimiento que llevaría después a la creación de los Congresos Eucarísticos y después, bajo el pontificado de Pío X, la promoción de la Comunión frecuente y las Primeras Comuniones de los niños, la Adoración perpetua, nocturna y diurna de los fieles.
¡Mucho fue su trabajo, empleado en suscitar Vocaciones!, procuró también la extensión de la Congregación, abriendo 28 casas nuevas en 14 naciones en países de misión.
Pero sobre todo ¡con qué pasión buscó el que se viviese con gran fervor el espíritu de oración y fidelidad a la Adoración eucarística. Para la Familia del padre Eymard, primero en Italia y después en el resto del mundo, fúe como un viento de aire fresco.
Formador de jóvenes
Durante muchos años tuvo la misión de formar a los jóvenes, concretamente desde 1920 hasta 1931 y después desde 1949 hasta su muerte. Su método, al igual que el de San Juan Basca, fue el de prevenir y entusiasmar, presentando la belleza del ideal y haciendo gustar el Amor por el Señor, el atractivo de la virtud y la donación total, según las exigencias de los corazones juveniles.
Muchos son los testimonios sobre su método formativo: “nos conquistaba con su sensibilidad y ternura. Tenía un temperamento más inclinado a la bondad que a la severidad. j Su bondad crecía en determinados momentos, especialmente por la mañana después de la Misa o después de sus horas de oración……. !” Enseñando a renunciar plenamente a sí mismo brillaba siempre en Él el primado del Amor.
“Era un Superior humano, comprensivo, atento, le gustaban los recreos, las risas. Manifestaba su amor sobre todo, en la atención a los más pequeños, a los enfermos, con aquellos que se encontraban en alguna dificultad”.
“Mandaba descansar al que estuviese cansado, daba ánimo, se interesaba por la salud de los demás, se preocupaba de la comida, de la casa, estaba atento con las personas que colaboraban con él, se interesaba por los problemas familiares de los demás”. Prefería un estilo de gobierno bondadoso y miraba más a convencer que a dominar.
Predilección por los sacerdotes
El Siervo de Dios tuvo un carisma especial por los Sacerdotes, los “multiplicadores”, como los consideraba el fundador. Les amó y les ayudó a abrirse al Señor para encontrar la felicidad de la propia llamada.
Siempre privilegió en su ministerio a los Sacerdotes. Numerosos fueron los retiros que les predicó en toda Italia, en institutos y seminarios, en el elenco encontramos benedictinos, basilianos, dehonianos, monfortianos, trapenses; entre los seminarios, el de Roma, Propaganda Fide, Venegono, Molfetta, Bérgamo. Marcaba siempre la necesidad de la Oración, del Amor a Dios. Siempre encontraba la ocasión para hablar de la Eucaristía en cada tema que trataba.
“Si mal no recuerdo, nunca he oído predicaciones como las del padre Longari, impregnadas y casi perfumadas por la Eucaristía…” Más que con sus palabras hablaba con su propia persona.
Una persona anónima lo describe de este modo: “Su figura era la de esas personas que te trasmiten paz, te purifican, te confortan, te hacen reencontrarte contigo mismo, como un examen de conciencia, casi invitándote a imitarle. Desprendía algo difícil de definir, pero que actuaba por irradiación, por ósmosis. Era una presencia, un testigo. Sus palabras eran la expresión de su persona, en la que encontraban su vigor. Su rostro era pacífico y radiante, su mirada siempre serena y limpia dirigida siempre a lo inmediato y al mismo tiempo siempre puesta en el futuro.. .”. Resume el retrato con una expresiva comparación: “¡era un Sacerdote, un Adorador, como una persona que por naturaleza parece haber nacido para ser poeta o piloto!”.
En los últimos años, cuando ya no podía moverse, no dejó sus encuentros, sino que se abrió a una acogida paterna en la propia casa: venían a visitarle cuantos pasaban momentos de prueba o tenían necesidades de consejo; eran enviados sobre todo por el Obispo de Bérgamo. La delicadeza: ayudaba a hacer que la Eucaristía fuese vivida como el momento central de toda la jornada. Su secreto, una receta: “sentir la necesidad de dejarse robar el corazón por Dios”.
“Trasmitió vivacidad en torno a la eucaristía”
Fue el Obispo de Bérgamo, Mons. Giulio Oggioni, el que hizo con esta frase un resumen de la acción del Siervo de Dios en su diócesis. Nos parece significativa y se podría extender a otros períodos difíciles de su vida en los que su celo fue ininterrumpido.
Ya como sacerdote y religioso sacramentino, vivió en el Frente, el periodo de la Primera Guerra Mundial, y además en primera línea como soldado sanitario. Imaginemos las dificultades y peligros. Sin embargo el Siervo de Dios recordará ese período como una de las etapas más felices de su vida, la viviócomo sacerdote. Trasformó el frío barracón en Capilla, por la mañana temprano la santa Misa, después una hora de adoración ante el Señor expuesto. El Sagrario era una mochila, adornada con flores y velas… Alrededor la destrucción, agujeros de granadas todavía sin explotar, olor a sangre, silbidos de misiles. Para nuestro Siervo fatigas inimaginables: socorrer a los heridos, ayudar a trasladados al hospital, sepultar a los muertos. Le ocurrió por ejemplo, el recoger a un oficial que sus compañeros quisieron echar en un agujero ya que su estado era muy grave y sus esperanzas de vida eran muy escasas. Pues bien, se opuso con todas sus fuerzas. La moral en aquel ambiente era muy pobre y se despreciaba a los sacerdotes. Estas noticias nos llegan a través de sus compañeros. De él tenemos simplemente estas notas: “¡En el corazón cuánta paz y seguridad! ¡Gracias, Jesús de la Eucaristía! ¡Por tu amor, haz que comercie siempre y en todo momento el talento eucarístico!”
La otra guerra, la segunda, la vivió como Superior general. Cuando después del 8 de septiembre de 1943, le fue imposible visitar las casas, aprovechó para aceptar las peticiones de predicación. Fue muy solicitado: sus maneras sencillas y persuasivas entraban en los corazones. A las almas consagradas les trazaba líneas de generosidad. ¡Cuantos monasterios y conventos femeninos le buscaron. !Abría los corazones. Decía: “Antes de proponer reformas, hay que poner los corazones en paz”.
Este fue su estilo en la predicación, incluso con los fieles más necesitados, el pueblo que encontraba en las “Cuarenta Horas”, que a menudo animaba. Aquí su “vivacidad” tenía un argumento preferido: el Amor misericordioso de Jesús, porque “del Amor ha hecho un sacramento, la Eucaristía”. “Tenemos que ser los ministros de la misericordia”. Y convencía con ejemplos: “si a un bonito vestido, le hacemos un roto, será grande nuestra pena; pero si sobre el roto del vestido una valiente costurera borda una bella flor para cubrido, el vestido será más bonito y tendrá más valor. Dejemos que sobre nuestros fallos, Jesús borde su flor”.
Se pueden resumir sus invitaciones: para aquel que tiene necesidad de ser perdonado, “reconoced vuestra propia miseria y después confiad totalmente en su misericordia “. Para todas las almas: “nuestra vida es como una página en blanco, sobre la cual el Señor escribe incansablemente una palabra ¡AMOR!”. Era de este modo como abría los corazones de todos.
Un hombre de la iglesia
“Un santo no vive para sí mismo: es un maravilloso don de Dios para su Iglesia y sus hermanos”. Como decía S. Pedro Julián Eymard.
¿Quién fue, entonces, nuestro Siervo de Dios? Le podríamos presentar como un hombre profundamente de Iglesia al servicio de las necesidades de su tiempo. Aceptó, de hecho, en lo más profundo de su ser, la enseñanza de la Iglesia y la comunicó con gran fidelidad.
Muy devoto del Papa Pío XII, le pedía a menudo audiencia personal cuando tenía algún problema importante.
A su hermana le confió este secreto: “Desde hacía tiempo sentía este deseo, y este mes he hecho llegar al Sumo Pontífice una carta en la que humildemente le pedía que aceptase mi pobre vida para el bien de la Iglesia Católica y mi espíritu en ayuda de su corazón como Vicario de Cristo. No te sabría expresar la profunda alegría que ha experimentado mi alma con este hecho.”
Los tiempos que le tocaron vivir fueron complejos y gloriosos. Una época de grandes contrastes: por un lado el sorprendente desarrollo científico y técnico, y por otro el sensible oscurecimiento de las conciencias, con la pérdida del sentido de la trasparencia de Dios. ¡Pero, apareció la gracia del Concilio y fue una gran sorpresa!. El Siervo de Dios vivió los primeros albores; pero no pudo gozar de sus primeros frutos, como tampoco pudo entrar en el nuevo clima de vida pastoral y litúrgica. Murió poco después de terminar la primera sesión, concretamente en Junio de 1963, apenas dieciocho días después del Papa Juan XXIII.
¿Cuál fue su originalidad? La de haber preparado su espíritu construyendo sobre base segura las disposiciones que le permitiesen la acogida dócil y fiel, enseñando a vivir con obediencia y amor a la Iglesia, a tener una apertura de espíritu sobre los acontecimientos de la historia vistos como Voluntad de Dios, a mantenerse con una perfecta libertad y paz interior ante las circunstancias humanas. Todo aquél que se identificó con sus enseñanzas ha podido acoger, como una luz sobrenatural, los grandes cambios como dones. ¡Qué admirable es Dios mandando precursores para preparar sus caminos!
Nuestra confianza está en que desde el cielo continuará ayudándonos con su intercesión. ¡También en esto está su actualidad!
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Expreso mis mejores sentimientos y deseos al Padre Postulador de la Causa de Beatificación del Venerable, P Lodovico Longari, para que pueda propagar su nombre entre los fieles.
Se trata de una tarea fructuosa, pues originará de ella un amplio conocimiento del ideal y del espíritu de nuestro fundador, San Pedro Julián Eymard.
Ya que este Servidor de Dios ocupó el cargo de Superior General de la congregación, deseo que todas nuestras casas puedan colaborar haciéndolo conocer a los fieles de las diferentes naciones.
P. Norman B. Pelletier, sss
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Aquellos que deseen infonnación, estampas, imágenes o comunicar alguna gracia recibida, dirigirse a:
P. Salvi Fiorenzo, sss
Postulador
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Via P. Lodovico Longari, 7
24010 Ponteranica, BG, Italia