Viernes, 31 Agosto 2018 09:41

Domingo, 2 de Agosto

 

Apenas tuve tiempo para ir a la Misa de la mañana temprano. La genteApenas tuve tiempo para ir a la Misa de la mañana temprano. La gentecomenzaba a acudir, venían de todas partes a venerar al Padre Julián.Sacerdotes, seglares, mujeres, niños, vino toda La Mure. Llevaban rosarios,medallas, libros, imágenes… Yo estaba junto a la cama y tocaba las manos delPadre con estos objetos que la gente recibía después con devoción, y losbesaba. Todos los que entraban dejaban escapar una exclamación deadmiración al ver el rostro tan bello y tan sereno del Padre. Se venía a orarpor un muerto y uno se encontraba ante la presencia de un santo dormido.Aquellos que el Padre había estimado más no podían contener las lágrimas, yescuché al señor Delesbrosse decir, entre sollozos: “¡Me llamaba su amigo!”.

El espectáculo de los ancianos que habían conocido al Padre de niño, queEl espectáculo de los ancianos que habían conocido al Padre de niño, querecordaban su inocencia, su piedad, era aún más conmovedor y los recuerdoshacían crecer en ellos la conmoción.

Una mujer muy anciana, con más de ochenta años, se abalanzó sobre elPadre: “Me abrazaba cada vez que venía a La Mure, ¡y yo quiero abrazarlootra vez!”.

“Nosotros pasamos todos por sus manos, me dijo el secretario delAyuntamiento. Durante sus vacaciones, ya cura, el Padre Julián nos instruíasobre las ceremonias, nos reunía. Nadie podía escapar a su atracción”.

Desde la mañana hasta las 16 h. permanecí junto a su lecho con las manosllenas de objetos que hacer tocar. La habitación no se vaciaba nunca. Fuenecesario alguien abajo para regular la circulación. Cada cierto tiempo,hacíamos que todos se arrodillasen para decir juntos un Padre nuestro y unAve María. Sugeríamos frecuentemente obtener para el Padre la Indulgenciade la Porciúncula.

Pero el calor era excesivo. Temiendo sus consecuencias, de cuando en cuandoponíamos en la nariz y en los oídos del Padre un poco de esencia de romero;fue la única precaución.

No puedo olvidar la actitud de toda esta gente en presencia del Padre. Nadieestaba triste o silencioso, como normalmente ante un muerto, sino que encada boca, en cada rostro la exclamación: “Oh, ¡qué bien está!, ¡qué vivo!”.Muchos niños eran llevados en brazos por sus madres. La vista de la muertehabría debido asustarles. Sin embargo, excepto dos que se abrazaron a susmadres volviendo la cabeza, todos miraban al Padre con un cierto asombroinfantil y besaban una cruz que, cada vez, yo acercaba hasta tocar la boca y lasmanos del Padre.

Nada me pareció más significativo que este homenaje de la inocencia aúninconsciente de sí misma a la inocencia coronada por una aureola de paz y degloria.

Calculamos en unos diez mil los visitantes venidos a rendir su homenaje anuestro venerado Padre. Además de los habitantes de La Mure, el domingopermitió a la población del entorno acudir en masa. Creo que este cálculo delas personas que acudieron sea una valoración proporcionada.

Además de este testimonio de la multitud, del número de visitantes, de lapiedad y de las lágrimas, conviene añadir, para atestiguar la estima general dela piedad del Padre, el testimonio de la confianza en su protección.

Una persona estaba casi paralizada. Llevó ropa para tocar con ella al Padre yponerla después sobre sus miembros enfermos.

Otro tenía un dolor en el brazo que le impedía moverlo. Nos pidió unareliquia, oró con lágrimas a los pies del Padre e inició, bajo su intercesión, unanovena para obtener la curación.

Un chico de doce años, ciego desde hacía siete u ocho años, vino a hacernos elUn chico de doce años, ciego desde hacía siete u ocho años, vino a hacernos elmismo ruego.

Yo no sé si Dios querrá escucharles, pero estos testimonios de fe y deconfianza inspirados por la piedad y la santidad del Padre no son pocosignificativos. Por lo demás, este movimiento ha seguido creciendo y la tumbadel Padre es visitada por enfermos que vienen a pedir al Padre que ejerza anteDios ese favor que creen que él posea.

Hacia las 10.30 h. se intentó hacer una foto al Padre; el resultado fuedecepcionante.

Veinticuatro horas habían transcurrido ya desde la muerte del Padre. Setemía que el gran calor provocase la descomposición. La sugerencia delmédico fue la de evitar exponerse a esta experiencia dolorosa, y la multitudinmensa que se encontraba en aquel momento en La Mure deseabaimpetuosamente rendir su último homenaje público a quien veneraba.

El p. Leroyer llegó en aquel momento. Pudo orar y ver el rostro descubierto deaquel al que había ayudado en su obra, y que se honraba de tomar como guíaen la obra de glorificación de Nuestro Señor.

Se pensó, entonces, trasladar al Padre del segundo piso a la sala del bajo,tarea difícil con una escalera estrecha y de caracol. Se le ató con cuidado lamandíbula. El cuerpo fue envuelto en una manta y, con la ayuda de treshombres vigorosos, bajamos al querido difunto a su último lecho fúnebre.

Antes, el Señor me había concedido un favor inmerecido, el de revestir alPadre con los ornamentos sacerdotales que llevó a la tumba. Fue tarea mía,junto a la señorita Thomas. Pusimos al Padre una estola morada, el manípuloy la casulla del mismo color. Sus miembros aún estaban flexibles.

¡Lástima que no tuviéramos nada mejor que poner a nuestro Padre! Pero noestábamos en casa, y nos tuvimos que contentar con lo que pudimosencontrar en la parroquia.

Otro rasgo que lo asemeja a Nuestro Señor, su Maestro, es el hecho de que elPadre murió fuera de su casa, y unos extraños le ofrecieron lo necesario parala mortaja.

Hacia las 17 h. el clero vino para llevarse al Padre. Ocho o diez párrocos de losalrededores acudieron a La Mure para un último homenaje a quien había sidosu amigo y modelo. A pesar de su edad, pidieron llevar el cuerpo. ¡Dulce favorque yo envidiaba! Conseguí que el p. Leroyer llevara la cabeza del ataúd(¡éramos nosotros su Congregación!), con el pretexto de que los buenos curasque llevaban la parte anterior del féretro tenían dificultades a causa del peso.

Oh Dios, Vos me sostuvisteis, pero Vos sabéis lo que mi corazón sintió cuandoel párroco entonó: De profundis, antes de levantar el cuerpo. ¡Aquellapalabra! ¡Qué profunda suena y qué triste resuena! ¿Vos en lo profundo, Padre? ¡No, hombre, no! Padre? ¡No, hombre, no!

Abracé una vez más al Padre mío. No podía separarme. ¡Qué bien estaba aún,llevado en el féretro descubierto! Conservaba la paz de los días en que leveíamos entrar en la presencia del Santísimo Sacramento, recogido y lleno defe. Iba a su última adoración.

La multitud se abalanzaba sobre el ataúd para dar su último adiós al Santo de La Mure, y tener un último recuerdo de la bondad que emanaba de su rostro.

Quizá algún agente más de la seguridad pública habría podido conseguir unpoco más de orden. Pero este ímpetu, este entusiasmo, esta riada de gente quepermanecía, incluso siendo tan numerosa, respetuosa y en calma, era untestimonio demasiado elocuente como para que me pueda lamentar. Era lamuchedumbre de numerosos hijos en torno a su Padre. Cada uno quería ver,dar un último beso. Pero respetan el orden y contienen los propios legítimosdeseos.

Hacia las 18 h. todo había acabado. La multitud, pasando, se arrodillaba unaúltima vez y prometía volver con frecuencia a orar sobre la venerada tumba.Han mantenido la promesa. Yo cerré el ataúd y vigilé para que todo se hicierabien. En el último momento pude hacer tocar el rostro del Padre con unrosario de un párroco que había llegado tarde y pedía este favor.

Era mi último deber para con él aquí abajo; no me quedaban otros quecumplir. Oí, y esto resuena dolorosamente en lo profundo de mi corazón,cómo caía la tierra santa sobre nuestro querido difunto. En el arco de unamedia hora desapareció definitivamente a nuestros ojos.

El féretro era de madera de roble, con una segunda caja interior de zinc. Fuesellada escrupulosamente. Me disgustó que no se metiese dentro un acta de lasepultura y los títulos del Padre. ¡Dios arreglará todo! Que llegue pronto elmomento en que, apartando aquella poca tierra que lo oculta, se pueda volvera ver a nuestro Padre. Y en lo profundo del corazón abrigo la esperanza de quesu inocencia tan escrupulosamente preservada, y el Cuerpo de Jesucristo tanfrecuentemente y bien recibido, nos lo restituirán preservado de lacorrupción. Pero si Dios dispone de otro modo, sus cenizas no nos seríanmenos queridas, y nosotros esperamos con plena confianza el día en quetodos apareceremos ante Jesucristo revestidos de nuestra carne glorificada.

El Padre, cuando iba a visitar el cementerio de La Mure, lo que hacía cada vezque volvía al pueblo, decía: “Quién sabe si el buen Dios no me conducirá aquícerca de mi buena Madre”. Dios escuchó sus deseos.

El Padre reposa detrás del ábside de la iglesia. Mira al tabernáculo tras el que,cuando tenía solo siete años, venía a pasar largas horas y “escuchar, según suexpresión, lo que le decía Jesús”.

Fue él, sin duda, el que inspiró la idea para su modesta tumba. El SantísimoFue él, sin duda, el que inspiró la idea para su modesta tumba. El SantísimoSacramento la corona. Era el centro, el eje, el fin de su vida. La estola estácolgada a los pies de la custodia. Es la adoración, el homenaje de un sacerdoteconsagrado enteramente a Jesús Hostia. Un libro abierto nos recuerda susenseñanzas que bebían siempre en una fuente, la Eucaristía. La forma de estemonumento es un reclinatorio. Es el trono, la carroza triunfal del adoradorporque este fue el lugar de su batalla y el altar de su inmolación.

Sigue anunciando, pequeña y querida tumba, las palabras de nuestro Padre yrecuérdanos siempre su espíritu de abnegación, el don absoluto de sí mismo aNuestro Señor, su dedicación al servicio de Jesús Hostia.

 

Este texto se transcribe a partir de una copia conservada en los Archivos de la provincia SSS francesa de París. La puntuación se ha ajustado ligeramente para facilitar la lectura. La copia del archivo de París tiene como título, en el p. La escritura de J. Lavigne, "Notas del Rev. Padre. Tesniere (Hno. Albert) en los últimos días del Beato Pedro Julián Eymard ".